viernes, 29 de marzo de 2013

GOMEZ CARRILLO Y TROTZKY





GOMEZ CARRILLO Y TROTZKY
(Artículo de 1920)




     De un periódico de Sur América, de esos que se disputan todavía las amenidades eternas de Gómez Carrillo, amenidades que tuvieron su época, pero que en estos tiempos de universal trastrueque y conmoción son algo tan disonante, grotesco e irritante como una musiquita de acordeón entre el fragor y pánico de un incendio, recorto un artículo del "aterciopelado" cronista, que inserto aquí como una muestra del grado de incomprensión a que han llegado, frente a los sucesos magnos de esta ópera, algunos de nuestros más encumbrados intelectuales. Tiene la palabra el gran Gómez Carrillo:

"COMO GOBIERNA UN APOSTOL"

     "--¿Habéis leído los últimos telegramas del extranjero? Hay según ellos, en Europa, un país cuyo gobierno, espantado de los desórdenes obreros, ha decretado once horas de trabajo obligatorio en las fábricas... Y en este mismo país, ese mismo gobierno, indignado al ver que los comerciantes vendían el carbón y la leña a precios excesivos, ha dado una ley condenando a muerte a todo aquel que trafique con el combustible sin atenerse a la tasa...
     "--¿Qué país es ese?-- exclaman con horror los socialistas madrileños. ¿Será sin duda un antro de oscurantismo, un pueblo dominado por el clero y por la aristocracia? Once horas de trabajo obligatorio para los obreros... Hombre, eso es inicuo, eso hace pensar en los tiempos de Fernando VII... Decidnos, por Dios, los nombres de los miembros de ese Gobierno para excomulgarlos...
     "--Ese Gobierno está presidido por un hombre tan enérgico, que, cuando él habla, todo el pueblo se inclina, temblando. Hace poco, en una de sus ciudades de guarnición, un grupo de obreros enemigos de la disciplina militar, que les parece una esclavitud indigna de hombres libres, predicó ante los soldados, aconsejándoles que se rebelasen contra sus jefes. En el acto este gobernante dio un manifiesto que reza: "Algunos aventureros han hecho la más infame propaganda contra el Poder, publicando clandestinamente proclamas, encaminadas a provocar sublevaciones militares. En una de estas proclamas llegan a decir a los soldados: "Camaradas, no obedezcáis a vuestros oficiales." Desde que el gobierno tuvo conocimiento de todo esto, envió un  batallón e hizo prender a los autores de esas proclamas contra la disciplina militar, que fueron en el acto pasados por las armas..." Ya veis pues, si se trata de un ministro enérgico, de un hombre que conoce e impone el principio de autoridad...
     "--¡De un déspota, querréis decir!, exclaman los socialistas españoles--. En todas partes los generales, cuando se apoderan del Poder Civil, son unos tiranos inconscientes, sobre todo si obedecen a los jesuítas... Ese bárbaro que así manda fusilar a los obreros que no son culpables sino de predicar contra el militarismo, debe ser un soldado que no tiene en el cerebro sino los artículos de las ordenanzas... Decidnos pronto cómo se llama, decidnos quién es para maldecirlo."
     "--Es un hombre muy enérgico, muy enérgico... Figuraos que cuando en ciertas fábricas de su Patria los obreros creyeron que, en nombre de los principios del comunismo, podrían suprimir las jerarquías, dio un decreto ordenando someter el trabajo a la dirección de los técnicos educados en las antiguas escuelas burguesas. Ese decreto termina con las siguientes palabras: "Castigaremos de la manera más despiadada todas las tentativas que se hagan en oposición a estas disposiciones, así como la propaganda sobre el asunto,, realizada con estrechez de miras..."
     "--¡Qué enormidad...! Es un retrógrado sanguinario ese hombre... De seguro es un general de sacristía, de esos que odian a los obreros y que quieren esclavizarnos como parias. Decidnos su nombre para sacarlo a la picota."
     "--Su nombre... aquí lo tenéis: Trotzky
                                                                      E. Gómez Carrillo"

     Querido amigo Gómez Carrillo: acepte este consejo de alguien que solía leerle a usted, allá en los buenos tiempos de la edad del pavo, con verdadera delectación, embobado en las salsitas parisianas con que usted aderezaba sus sensaciones de arte (de un arte por el arte, frívolo y empalagoso que no pasaba de la epidermis): puesto que usted con sus salsitas de estilo y su estudiada y relamida gracia bulevardiera, se ha hecho de una reputación estupenda en España y América, no abandone esa senda florida para ponerse a desbarrar como lo hace sobre las cosas grandes y trascendentales en que está ocupada y concentrada la atención --y las ansias-- de la humanidad, porque corre usted el peligro de perder en una semana lo que se tiene conquistado en tantos años de escanciador de ese vinillo dulce de la amenidad tan del gusto del desocupado, despreocupado y aburguesado lector. No abandone, por Dios, sus charlitas de "boudoir", sus mariposeos bohemios de Montmartre, su "pauvre Lelian" (¿lo escribo bien?), su alma encantadora de Lutecia y demás tópicos aterciopelados, y deje en paz a los hombres y acontecimientos serios y ásperos de esta tragedia de ahora que usted no podrá nunca comprender, porque entre usted y estas cosas y hombres de ahora hay la diferencia misma que hay entre la visión de una mariposa y la de un águila. Siga en su cómodo papel de pintada y currutaca mariposilla del jardín de las letras galanas, mi buen don Enrique, y no ensucie sus níveas y superfinas manos de orfebre parisino con el barro, húmedo de sudor y lágrimas y sangre, que amasan hoy en Rusia las manazas geniales de esos cíclopes renovadores que, prosaicamente y desesperadamente, libran su batalla contra la podredumbre y miseria moral del viejo orden social.
     ¡Qué chiquitas y tristes las ironías pánfilas de usted para estos arquitectos del nuevo edificio social, mi buen don Enrique! Primero habla usted de que el Gobierno Soviet, "indignado al ver que los comerciantes vendían el carbón y la leña a precios excesivos, ha dado una ley condenando a muerte a todo aquel que trafique en el combustible sin atenerse a la tasa."
     ¡Por qué hace usted aspavientos irónicos ante esto? ¿No son el carbón y la leña artículos de suprema necesidad, sobre todo en un país tan frío como Rusia y por añadidura bloqueado? El especular con estas necesidades supremas de que depende la vida de tantos millones de almas ¿no es el más execrable de los crímenes? Si todos los países capitalistas donde impera la clase de civilización que a usted le enamora --cremitas y amenidades arriba; mugres y horrores infernales abajo-- hicieran lo mismo contra todos los logreros de toda laya, ¿no cree usted que habría menos crema arriba, pero también menos infierno abajo? ¿Qué mejor elogio de Rusia que el hecho de que, mientras en los demás países el especular con los artículos de primera necesidad, no sólo no se castiga, sino que es una profesión honrosa que conduce al millón, allá en Rusia esa clase de especulación no conduce a otra parte que al presidio o al cadalso, bajo el principio socialista de que vale más la vida de la comunidad que la barriga insondable de un salteador?
     Pero pasemos a otro sarcasmo, al que le lanza usted a Trotzky a propósito de la severa disciplina que ha implantado en el ejército Rojo. ¿Qué quería usted? ¿Que fueran tan infelices, tan memos, los directores de la revolución más grande que han visto los siglos, que pretendieran tener ejército sin disciplina y disciplina sin castigos? Ellos no están guerreando por su gusto. Fue la gran burguesía aliada la que los llevó a la guerra, la que los obligó a pelear con uñas y dientes, cuando se les echó encima por todos lados y con toda clase de formidables armamentos. La cuestión era de vida o muerte para ellos, y, sobre todo, para las grandes y nobles instituciones que ellos han creado. Tenían muy a su pesar que improvisar un ejército, un gran ejército capaz de defenderse contra todas las grandes potencias coligadas en su contra, y el milagro se hizo y, bajo la genial dirección de Trotzky, fueron cayendo uno tras otro los Kolchacks, Denikines, Yudeniches y demás arcángeles del santo sistema del despojo de todos para refocilamiento y engordamiento de unos pocos. ¿Y quién que no haya hecho de la vida un mero pretexto para aderezar amenidades y combinar monerías, quién que posea un asomo de buen sentido dejará de reconocer que un ejército es un bloque humano cuyo único elemento de conglutinación y consistencia es la disciplina, y que para lograr disciplina donde no la hay, y lograrla tan pronto como la necesidad terrible del terrible momento lo exigía, no había otro recurso inteligente que castigar toda insubordinación de una manera rápida y decisiva?
     Bien a gusto que hubieran reído los tiburones y panteras de la burguesía europea viendo el ejército de Trotzky disgregarse, desbandarse a las primeras de cambio a falta de una severa ordenanza militar que la barbarie de la guerra (barbarie contra la cual son los socialistas los únicos que se alzan) hace indispensable para unificar tantas voluntades, y mucho más cuando una nube de espías y de agentes de la Entente conspiraban sin descanso para frustrar al nacer la defensa armada de los revolucionarios.
     Precisamente, si algo grande han tenido estos hombres, estos Lenín, Trotzky, y demás héroes de la revolución rusa, es que no han sido nunca doctrinarios adocenados que sacrificasen el fin a los medios, el espíritu a la letra, sino que en todo momento han atemperado su acción a la realidad, yendo sin melindres a todos los terrenos donde precisaba ir para evitar el naufragio de la revolución.
     ¿Dónde estarían ya los pobrecitos revolucionarios rusos si por no plegarse a las circunstancias, si por permanecer inflexibles dentro de la camisa de fuerza de un principio rígido, no hubieran respondido al golpe con el golpe hasta hecerse respetar por la fuerza después de no haber logrado por medios pacíficos otra cosa que desdenes e insultos? ¡Buena es la burguesía para andarse con miramientos ante las ideas! Para la burguesía, para este conjunto monstruoso de ambiciones desapoderadas de mando y explotación que se llama el capitalismo, no hay otra razón que la de la fuerza, ni otro instrumento que la bayoneta y el tanque, y aspirar a hecerse oír de ella por medios no violentos sería el colmo de la idiotez.
     Pero no queda aquí la cosa. Nuestro aterciopelado cronista se permite también hacer mención zumbonamente de la medida por virtud de la cual la dirección de la industria rusa fue encomendada por los Soviets a "técnicos educados en la antigua escuela burguesa", y al decreto en que se anuncia la resolución de castigar severamente toda tentativa de oposición a la citada medida.
     Y otra vez nos quedamos estupefactos ante la estulticia gomezcarrillesca. ¡Cómo! ¿Pretendía usted, amiguito, que se prescindiese de los técnicos en la dirección de las industrias? ¡Hombre! Estaría bonito que por hacerle ascos al técnico burgués se quedase la harina sin moler, el algodón sin hilar, y sobre todo, las balas y cañones, tan necesitados en el frente, sin fundir. Pues no señor; en esto como en todo, los bolsheviquis supieron bien pronto dónde les apretaba el zapato (muy a diferencia de lo que ha pasado en el campo burgués, donde los grandilocuentes, pero huecos, Lloyd George, Millerand y otros, por encastillarse en un doctrinarismo adocenado de párroco de aldea, han llevado a Europa a la más espantosa miseria a fuerza de alambradas, bloqueos y castigos insensatos). Vió Rusia, la Rusia nueva y grande de Lenín y Trotzky, que peligraba la industria por falta de técnicos, y corrió en busca de los técnicos. ¿Qué estos técnicos eran burgueses? Muy bien, no habiéndolos de momento en el campo comunista, la cuestión era traerlos en seguida, aunque hubiera que sacarlos del mismo infierno. ¡Pero es que se les pagó un salario subido! --dice otra vez mi "ameno" interlocutor. ¿Y qué? La cuestión era tener técnicos a todo trance, y tenerlos trabajando voluntaria y eficientemente, y puesto que estos técnicos eran burgueses, esto es, acostumbrados a vender su trabajo como quien vende una mercancía cualquiera, se les compró su trabajo, se les pegó por un sueldo al carro de la revolución... y adelante con los faroles. Cuanto a las severas medidas dictadas para imponer la cuestión de los técnicos a los ignorantes y a los obstruccionistas, en ésto como en lo del ejército, cualquier vacilación era mortal y a lo "más" había que sacrificar lo "menos" so pena de quedarse atascados en la mitad del camino: la cuestión era de vida o muerte para la Revolución Soviet y, o se imponía la medida a todo trance, o el carro de la Industria se paraba y la revolución se iba a pique.
     Pero el cronista zumbón descubre en esto un caso de esclavización obrera, fingiéndose espantado de que el Gobierno Soviet decrete muchas horas de trabajo y someta a sus huestes trabajadoras a una estricta disciplina, ni más ni menos que si fuera un gobierno burgués. Y así, no hay más remedio que señalarle caritativamente la diferencia. La diferencia es ésta y la ve un ciego: dentro de un régimen burgués, la dura disciplina y las muchas horas de rudo trabajo y, en general, la esclavización absoluta del obrero se hace en beneficio exclusivo de la bolsa de un patrono, o de varios patronos; en tanto que, dentro del régimen comunista ruso, todas estas cargas, retricciones y durezas de la disciplina las decretaron los obreros mismos, en los momentos en que más terrible era el bloqueo y la embestida de Kolchack y Denikin, como medida de salvación para defender de una muerte cierta la excelsa obra revolucionaria que encerraba y encierra su única esperanza de emancipación. ¡Pues no es floja la diferencia! Tanto como lo que hay entre un Gómez Carrillo esteta y hedonista, que en su vida se ha preocupado de nada sino de sí mismo y, a lo sumo, de la mayor o menor bonitura exterior de las cosas, y un Lenín o un Trotzky, cuya vida toda representa un esfuerzo perenne y heroico en la cruzada tremenda contra el brutal sistema de la competencia feroz y del parasitismo asqueroso --cremitas y amenidades arriba; mugres o infiernos abajo-- con el que se avienen tan bien los individualismos, estetismos, hedonismos y dandysmos gomezcarrillescos.




VOCABULARIO




  1.Gómez Carrillo= Enrique Gómez Tible (1873-1927)= Escritor, periodista y diplomático guatemalteco. En 1898 fue nombrado cónsul de Guatemala en París por el dictador Manuel Estrada Cabrera.

  2.Amenidades= Se dice de las acciones que tienen la capacidad para resultar divertidas, entretenidas, placenteras.

  3.Trastrueque= Lo que resulta de cambios, desórdenes, trastornos.

  4.Disonante= Discrepante, discorde, chocante.

  5.Fragor= Ruido, algarabía, alboroto.

  6.Aterciopelado= Delicado, fino, primoroso.

  7.La edad del pavo= La adolescencia.

  8.Parisianas= No es errata, sino una forma de parecer más francés: no parisino, sino "parisien".

  9.Relamida= Excesivamente adornada, engalanada, emperifollada.

10.Desbarrar= Disparatar, desatinar, meter la pata.

11.Escanciador= El que sirve las bebidas, especialmente los vinos.

12.Bodoir= Se refiere, en francés, a los saloncitos destinados a camerinos o tocadores.

13.Mariposeos= Se dice cuando se cambia con frecuencia de aficiones y caprichos.

14.Pauvre Lelian= "Los Poetas Malditos", es un libro de ensayos escrito por el francés Paul Verlaine. Se refiere a los escritores que, independientemente de su talento, son incomprendidos por sus contemporáneos y no obtienen el éxito en la vida.

15.Pintada= Hábil, prudente, experimentada.

16.Currutaca= Muy afectada en el uso riguroso de las modas.

17.Aspavientos irónicos= Demostración exagerada, pero fingida, de un sentimiento.

18.Trotzky= Led Davidovich Bronstein (1879-1940)= Político y revolucionario ruso de origen judío. Tuvo a su cargo la creación del Ejército Rojo con el que venció a catorce ejércitos extranjeros y a los ejércitos blancos contrarevolucionarios durante la Guerra Civil Rusa.

19.Koltchack= Grigori Mijáilovich Semiónov (1890-1946)= Jefe contrarevolucionario durante la guerra civil rusa. Fue financiado por Japón y se le considera, incluso por los Aliados, como muy cruel.

20.Denikine= Antón Ivánovich Denikine (1872-1947)= Militar ruso, fue uno de los principales líderes contrarevolucionarios del Movimiento Blanco  durante la Guerra Civil Rusa.

21.Yudeniche= Nicolái Nicoláyevich Yudénich (1862-1933)= Militar ruso líder contrarevolucionario del Movimiento Blanco. Comandó sin éxito un avance sobre San Petersburgo ( llamada entonces Petrogrado) con el apoyo de Inglaterra.

22.Refocilamiento= Regodearse, complacerse con malicia.

23.Monerías= Se dice de las cosas delicadas y bonitas.

24.Ordenanza= Disposición o mandato para el régimen de los militares y el buen gobierno de las tropas.

25.Entente= Se refiere al pacto de no agresión que firmaron en 1907 Francia e Inglaterra conocido como Entente Cordiale (entendimiento cordial).


  




martes, 26 de marzo de 2013

ENSAYO SOBRE EL OPTIMISMO Y EL PESIMISMO

 
 
 
ENSAYO SOBRE EL OPTIMISMO Y EL PESIMISMO
(Artículo de 1920)


      Una de las grandes majaderías que cometen casi siempre casi todos los poetas menores, y hasta los mayores, es la de lamentarse de que la vida no sea tan arregladita y bonita como ellos la desean. Y menos mal lo de lamentarse, ya que en un arrebato lírico de dolor y desesperación de almas sinceramente exaltadas, siempre hay cierta grandeza. pero lo que me parece el colmo de la necedad es el ponerse a filosofar gravemente sobre si la vida es buena o mala, color de rosa o negra.
      Casi todos nuestros grandes escritores de España y América, sin excluir a los más vigorosos y realistas, han caído siempre en la manía ésta de darle una tremenda importancia a la actitud que han de asumir ante la vida, si la de un negro pesimismo, o la de un rosáceo y almibarado optimismo.
      Es tiempo ya --mis reverendos señores de la majadería pesimista u optimista- de que alguien se atreva a salir a deciros que dejéis para uso de las señoritas románticas sin ocupación esa filosofía barata --de himno o de gruñido-- del llamado optimismo, o de su compadre el llamado pesimismo, tema que, además de agotado, es imbécil hasta más no poder.
      En efecto, ¿qué forma hay de perder el tiempo más lastimosamente que el ponerse a dar vueltas y más vueltas alrededor de un probrema cuya dilucidación no nos conduciría a parte alguna y que, por consiguiente, nos debe importar un comino?
      Que la vida es buena y usted la ama, o es mala y la odia... Bien... y ¿qué? ¿Qué nos cuenta usted con lo uno o con lo otro? ¿Qué se le da a la vida, a esa cosa inmensa y alucinante de que formamos parte, de que usted o yo, unos granitos de arena, la amemos o la dejemos de amar? ¿Qué diablos le importa al gran remolino vital que nos zarandea que una vocecita humana la alabe o la maldiga, la apruebe o desapruebe en lo que hace o deja de hacer?
      ¿Que le leo a usted, un optimista, y quedo convencido de que la vida es buena y sabrosa? Pues no por eso dejaré de ser un organismo en marcha, expuesto a llevarme un garrotazo y a ver las estrellas a la primera oportunidad. ¿Que leo, por el contrario, a su compadre el pesimista de las gafas negras y quedo convencido de que hago un mal negocio viviendo? Pues no por eso dejaré tampoco de ser un organismo en marcha y expuesto, por consiguiente, a que al volver la esquina me acometa un toro o un acreedor me asalte y tenga entonces que salir huyendo en defensa.. ¿de qué?... de la vida, de aquello mismo de que he renegado.
      ¡Y si siquiera determinaran diferencias reales en nuestra conducta estos dos conceptos, el optimista y el pesimista! Pero no; no hay toneladas de optimismo que me salven del efecto de un dolor de muelas, para no hablar de cosas mayores, como gangrenas, apendicitis, cólicos, paralisis, y las mil y una calamidades físicas y morales que afligen al hombre. Y, a la inversa, no hay toneladas de pesimismo que me lleven a hacer lo único sincero y lógico que debe hacer el pesimista: pegarse un tiro o tomarse un veneno.
      Quejarse, chillar, decir en verso o prosa aquí me duele... Bien: quéjese usted: sobre todo si ello le da motivo, como a Chopín, para componer cosas delicadas y bonitas. Quéjese usted, señor, pero no filosofe, porque filosofar para demostrar lo ya demostrado hasta la saciedad por Schopenhauer, y lo comprobado día tras día por los golpes que sin parar nos descarga la realidad, es una imbecilidad abominable frente a la otra imbecilidad mayor de empeñarse en que estamos en el paraíso.
      Señor optimista, una de dos; o es usted un necio, o es usted un monstruo de insensibilidad. Porque sólo un necio o un monstruo de insensibilidad, de crueldad pasiva --que es la peor de las crueldades-- puede sentirse cómodo y satisfecho ante el cuadro terrible de hambre, de brutalidad, de dolor, de crimen y de voracidad comercial que es hoy el mundo.
      Pero entonces tiene razón el pesimista al afirmar que la vida es odiosa --se me dirá-- No, amigo, no. Claro está que el pesimista ve mejor, es más sensato y afectivo que el cándido optimista, pero tan vacua es su filosofía como la del otro. ¿Por qué?
      No se le puede perdonar a nadie que presuma de pensador el que tenga una concepción tan superficial, tan pedestre, del mundo, que no vea que estamos pegados a la vida, no por la razón, sino por la voluntad, y que contra el "yo no quiero vivir" de la razón se alza siempre, imperativo y triunfante, el "yo quiero vivir" de la voluntad. Con esta voz de mando de la voluntad no cabe discutir. La pócima nos sabrá bien o nos sabrá mal, pero nos la tenemos que tragar de todos modos. Y bien flojo filósofo tiene que ser el que, rebuscando y arañando aquí, en este subterráneo mandato del instinto de vivir que da al traste con los dictados más claros y apremiantes de la razón, no acabe por vislumbrar que en nosotros y por sobre nosotros la voz de mando que dice sí y adelante dentro de nosotros es voz de infinito, voz del cosmos, de todo cuanto en nosotros y fuera de nosotros tiene un sentido de permanencia por encima del sentido fugaz e ilusorio de lo que, en un momento dado, y alucinada por estos o aquellos preconceptos, o estas y aquellas sensaciones, nos dice la razón. La flaca y segmentada razón humana, que no es más que el puntito de luz, de conciencia, de nuestra microscópica e ilusoria individualidad en el seno de la gran nebulosa de la vida universal.
      ¿No es vida todo cuanto se agita bajo nosotros y encima y alrededor y dentro de nosotros? ¿Y no somos nosotros mismos parte de esa vida? O más bien, no somos nosotros mismos la Vida, con todo lo que tiene de consciente e inconsciente, de luz y de sombra? Pues entonces, ¿cómo pretender asumir al mismo tiempo el papel de reo y de acusador, de víctima y de verdugo? ¿A qué sacar cuentas y echar balances cuando el acreedor y el deudor, el debe y el haber, son la misma cosa?
      ¡Qué mala la vida!... Sí; pero ¡qué buena! ¡qué buena cuando así y todo te agarras a ella con las raíces más recónditas y fuertes de tu ser! ¡Qué buena, sí, cuando si sabes mirar más allá de la costra de las cosas, la ves triunfar siempre, penetrándolo, venciéndolo y arrollándolo todo de tal suerte que ya dejas de ver muerte aquí y allá, para no ver en todas partes más que a ella, la Vida. Que se cae, o se seca, o se muere este árbol, y aquel otro, y aquel otro... ¿Sí? Pues asómate, asómate ahora, y mañana, y siempre, y verás el bosque --¡el bosque!-- con los mismos árboles y el mismo verdor y la misma pujanza. Que cae y muere este hombre y aquel otro y aquel otro... Pues asómate y verás en la calle principal de tu ciudad el mismo ir y venir y el mismo zumbar perenne de colmena.
      ¿Qué esto es oscuro y metafísico? Pues volvamos a la claridad, regresemos al sentido común. ¿Se puede usted ir de la vida, señor descontentadizo, aun en el caso de que su instinto vital esté tan débil que se preste --cosa inaudita-- a acatar el mandato de su pasiva razón? No; porque eso que usted llama su instinto de conservación, su voluntad de vivir, es su creencia, su raíz, idéntica a la mía y a la de todos, tan idéntica (¿no lo siente usted?), que en ella y por ella usted soy yo y yo soy usted, los dos somos la misma llama inmortal, la Vida. Y claro está que no hay bala ni puñal, ni veneno que llegue a esa raíz.
      Si pues no podemos segregarnos de la Vida, como no se puede segregar la burbuja de la onda, en lugar de lamentarnos estérilmente o de tratar en vano de rebelarnos, bajemos la cabeza ante el misterio, acatemos y reverenciemos lo que hay dentro de nosostros de indestructible y divino, y con la luz de nuestra razón y el empuje de nuestra intuición busquemos el modo de que cada aurora nos sorprenda más panetrados de su hondo sentido (el de la Vida) y más ansiosos de servirla, y amplificarla, e iluminarla dentro y fuera de nosotros.
 
 
 
 
VOCABULARIO
 
 
 
 
  1.Optimismo= Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.
 
 2.Pesimismo= Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable.

3.Majaderías= Dichos o hechos necios, imprudentes o molestos.

4.Dilucidación= Esclarecer, resolver o solucionar un asunto.

5.Alucinante= Fantástica, imponente, deslumbrante.

6.Zarandea= Que mueve una persona o cosa de un lado para otro.

7.Chopín= Fryderyk Franciszek Chopin (1810-1849)= Compositor y virtuoso pianista polaco considerado uno de los más importantes de todos los tiempos.

8.Schopenhauer= Arthur Schopenhauer (1788-1860)= Filósofo alemán. Su trabajo más famoso, "El mundo como voluntad y representación", constituye una de las cumbres del pensamiento de la doctrina filosófica conocida como pesimismo.

9.Vacua= Superficial, insustancial, intrascendente.

10.Pedestre= Simple, inculta, trivial.

11.Pócima= Se refiere a algo desagradable de beber.

12.Da al traste= Que destruye o arruina una cosa.

13.La costra= Se refiere a la superficie, a la epidermis, a lo exterior de las cosas.

14.Pujanza= Fuerza, energía, vigor.

15.Segregarnos= Apartarnos o separarnos de algo de lo que formamos parte.


 
 

miércoles, 20 de marzo de 2013




¡ALTO AHI, SEÑOR LUGONES!
(Artículo de 1919)




     Pocas cosas he leído en estos últimos días tan... desdichadas como el artículo de Lugones "Ante las Hordas", que reproduce este periódico en la sección de "Trabajos Notables".
     Leopoldo Lugones es otra de nuestras grandes, apabullantes reputaciones. Sería, por consiguiente, un crimen el permitirle sin protesta que, usando del grandísimo prestigio de su nombre literario, influya en nuestra juventud intelectual con cosas tan desatinadas y falaces como las que nos endilga en este artículo.
     Empieza nuestro aclamado poeta con una disertación histórica bastante larga encaminada a probar... que nos amenaza --a los europeos y americanos-- un grande y terrible peligro. ¿Cuál? ¡El peligro amarillo!
     Según Lugones, estamos los pobrecitos pueblos de este lado occidental del mapa a un paso de ser invadidos y tragados por una ola amarilla que saldrá de la China y no se detendrá hasta haber arrasado los tesoros todos de nuestra "grandiosa" civilización occidental.
     Parece broma, ¿eh? Pues no, no lo es, lo dice muy en serio, muy enfática y catedráticamente.
     ¡Ah, mi señor Lugones! Me va usted a perdonar la irreverencia, pero ¿cómo reprimir una sonrisita, un si es no es compasiva, ante sus candorosas alarmas amarillas? ¿Cómo permanecer serio ante el caso pasmoso de parto de los montes que representa una mentalidad tan encumbrada, como dicen que es la suya, alumbrando tan aparatosamente las mismas majaderías que ya encontraron albergue en el mediocre espíritu agresivamente megalómano del ex-Kaiser alemán? Usted, tan alto en la atalaya del pensamiento, dándonos del mundo de ahora y de los problemas de ese mundo la misma pedestre interpretación que nos solían dar hace ya algunos años los militarotes fantaseadores, a quienes les convenía tener siempre escondido en el hueco de la manga un peligrito militar cualquiera --verde, amarillo o colorado-- para hacerse pasar por indispensables.
     No hay tal peligro amarillo, hombre de Dios, ni lo hubo nunca. Si lo hubiera, lo tendríamos muy merecido, porque Dios sabe si podríamos pagar, no ya con nuestra piojosa, tuberculosa, infanticida y sanguinaria civilización, sino ni siquiera con nuestras vidas y las de nuestros hijos, la vieja cuenta de robos, desprecios y atropellos de todo género que nos podrían presentar los chinos, y en general los pueblos orientales, el día de una liquidación final. Y esto de que no hay tal peligro, no se lo digo yo por oponer profecía contra profecía, porque en este caso usted tendría cien veces más autoridad oracular que yo, ya que usted se llama Lugones y yo apenas me llamo Nemesio, sino porque estoy cierto de que a cualquiera que piense un segundo le costará muy poco reducir su vaticinio a la categoría de un chiste, con sólo acordarse de que, precisamente por pacíficos, por curados del salvajismo militar que usted defiende indirectamente, los chinos no sólo dejaron hace siglos de ser un peligro de agresión armada contra nadie, sino que hemos sido y seguimos siendo nosotros los occidentales, con nuestra insaciable voracidad imperialista, con nuestro raterismo internacional a base de armamentos y organizaciones formidables, los que pusimos y ponemos en peligro la civilización y la vida de los chinos.
     ¿Desde qué observatorio mira usted, hombre de Dios, que no ve que para que haya leñador que ponga en peligro la vida del bosque tiene que haber antes no sólo el hacha, sino también el hombre que sepa amolarla y manejarla, por haber hecho de su manejo un oficio? ¿Cuándo ha habido olas de hombres invadiendo territorios extranjeros sin que antes de la ola haya habido una organización y un espíritu de conquista guerrera? ¿Y dónde, en qué punto del mundo descubre usted hoy ese espíritu y esa organización de bayoneta calada, como no sea entre nosotros los pueblos occidentales y en nuestro aventajado discípulo, aliado y cómplice el Japón?
     Si la China no nos envió la ola amarilla de marras cuando era un imperio, una monarquía absoluta, ¿cómo concibe usted que ahora que es república y que llega demasiado tarde al período de expansión capitalista, y que, además, se haya presa en las fauces del lobo del imperialismo militarista extranjero (europeo, americano, japonés), va a hallarse más dispuesta para esa colosal inundación guerrera que a usted le asusta?
     Y aun dando de barato que un pueblo inveteradamente pacífico como el chino se hiciera guerrero de la noche a la mañana, ¿dónde diablos supone usted que iban a encontrar los chinos los millones de millones de pesos que serían necesarios para movilizar y mantener en marcha las enormes masas que supone una invasión armada de Europa? Concediendo que una organización militar tan gigantesca pudiera improvisarse ¿cómo improvisar los préstamos colosales, y las colosales flotas para transporte de material, cuando ahora mismo está la pobre China sudando la gota gorda para que le permitan las grandes potencias colocar un préstamo insignificante con qué hacer frente a sus más perentorias necesidades domésticas?
     No sabe usted, amigo, que, desde que salimos definitivamente de las guerras de conquista religiosas los hombres, ya no nos matamos al por mayor sino cuando salimos a la conquista de mercados, y que, por consiguiente, los pueblos que amenazan perpetuamente la paz del mundo no son sino aquellos en los que el industrialismo capitalista (que no puede ser sino guerrrero) ha adquirido su más alto desarrollo? ¿Y cuáles son los pueblos de expansión industrialistas, que es como decir imperialistas, esto, es, salteadores y matones de oficio, en el mundo de hoy? Seguramente que en la lista de estos "avanzados" pueblos aguijoneados de la sed guerrera del capitalismo, no figura la China ¡qué ha de figurar!, pero sí figuramos nosotros, los demócratas y desinteresados angelitos occidentales: no es ella, pues, la que nos está amenazando de muerte a nosotros, sino nosotros a ella. ¡Hombre, hombre, señor Lugones, ni que viviera usted en la luna se le podía perdonar tanta candidez! No, amigo, el peligro no está fuera sino dentro, no está en las olas chinas, sino en la ola negra de una tradición militarista en esencia que nos viene, no ciertamente de la China, sino de nuestros venerables abuelos, de aquellos nuestros ilustres antepasados que eran en el teatro pintorescos y declamadores caballeros de capa y espada, y en la vida real profesionales del asesinato, cuyo concepto del honor no se elevaba mucho por encima del que podría exteriorizar un toro si hablara. Ese fue y ha sido siempre nuestro único peligro, nuestro gran peligro de perdición.

El militarismo alemán

     Después habla usted del militarismo alemán... Dios le conserve por los siglos de los siglos, señor Lugones, todo el tesoro de inocencia virginal que es preciso tener para seguir acariciando la ilusión de que hay dos clases de militarismo, uno malo, muy malo --el alemán-- y otro bueno, muy bueno, el aliado --francés, inglés, japonés, rumano, polaco, etc.--. ¿No ve usted, alma de Dios, que murió la pepita pero no la gallina. La pepita, la tumefacción militarista alemana, pasó ya, a Dios gracias. Pero está en pie, vivita y coleando, la gallina del militarismo, ya que nadie niega hoy que el sistema de organización y armamento y el culto del militar continúan, y mientras haya gallina tendremos pepita, que si ayer fue alemana, mañana será inglesa, francesa, americana o japonesa. El militarismo aliado --menos musculoso pero más nervioso, más ágil que el alemán-- se batió con éste y se lo tragó y ahora está más gordo, más potente. ¿Cree usted, señor Lugones, que el peligro de ahora está en el monstruo tragado o en el monstruo tragador?
     
El socialismo como invento alemán

     Pero no tiene desperdicio el artículo; salimos de un asombro y caemos en otro mayor. Ahora ya no es lo del peligro amarillo, ni el otro peligro del militarismo alemán. Ahora la emprende contra el socialismo, empezando por acusarle de ser un invento alemán. ¡Un invento alemán el socialismo! ¿Y Fourier? ¿Y Babeuf? ¿Y Proudhon? ¿Y Owen? ¿Y Beller? ¿Y tantísimos otros que cualquiera podría citar en un santiamén con sólo acudir a la primera enciclopedia buena o mala que haya a la mano? El castigo que merece el señor Lugones por esta fea vulgaridad de hacerle ascos a una idea por el mero hecho de concebirla rotulada con la marca de fábrica de un país determinado, es que yo fuera un erudito a la violeta, de los mucho que padece América, y que le dejara caer encima toda la catarata de nombres y fechas de los que abundan en los diccionarios, en demostración de que lo que él llama invento socialista tiene, en todo caso, más de francés que de alemán y más de inglés que de francés. Sólo que la explosión erudita no tendrá lugar en este caso, porque no hace maldita la falta, toda vez que, concediendo que el socialismo fuera un invento alemán, ¿tiene algo que ver su doctrina, buena o mala, con el viejo embeleco de las fronteras nacionales? ¿Lleva el señor Lugones su estrecho sectarismo nacionalista hasta el ridículo extremo de concebir las ideas pintarrajeadas con los estridentes colorines nacionales? ¡Cómo! ¿Habrá que enseñarle a este hombre, a esta cumbre, que las ideas no son ni de aquí ni de allá, sino de todas partes?

Culpables e inocentes

     Pero lo del invento alemán no es más que el preámbulo para la andanada que suelta en seguida, cuando dice aquello de que:

     "... la bastarda república (Alemania) autoriza su última resistencia al Tratado de Paz con el proceso de aquel déspota (el Káiser), cuando debía facilitarlo más bien, o emprenderlo por cuenta propia."
          
       ******************************************************

     "Así como los cristianos del siglo V invocaban a Atila contra su propio país, el socialismo reniega ya de la victoria conseguida contra la autocracia germánica y prefiere que para dejar impune a la farisaica república, las naciones que éste invadiera queden devastadas sin reparación, los antiguos salteos de Polonia y de Italia reconocidos, el crimen igualado con la inocencia. El embrutecimiento sectario nos retrograda así al tiempo de las hordas."

     ¿Lo véis? El gran Lugones no les perdona a los socialistas que no quieran el proceso y castigo del Káiser, ni la dureza terrible de los términos del Tratado. El gran Lugones es partidario, con los "jingoístas" y cretinos de todas partes, de que el drama de la guerra acabe, como acaban los melodramas del cine, con el plebeyo y soez espectáculo del pateo feroz de los "malos" por los "buenos". Para el gran Lugones, los grandes pensadores de todas partes que, como Anatole France, Romain Rolland, Barbusse, Wells y Bernard Shaw, para no citar sino a los más eminentes, han protestado indignados de la crueldad del Tratado y de la sed insana de castigos y desquites, no son más que unos necios "cuyo embrutecimiento sectario nos retrograda así al tiempo de las hordas."
     La verdad: yo no esperé nunca grandes cosas de nuestra retrasada ideología hispanoamericana, pero no soñé nunca que una de nuestras mentalidades más encopetadas tuviese de las cosas tal concepto troglodítico. ¡Cómo! ¿En esto también habrá que enseñarle a nuestro hombre que los espíritus más altos de la humanidad no quieren procedimientos de venganza, no por amor al vencido, sino para evitarle al vencedor que afee y emporque su triunfo, echándose como un gorila cualquiera sobre el cuerpo del enemigo caído "para comerle los hígados"? Estos ilustres hombres que he citado, y muchos más, esperaban que el vencedor solemnizase su victoria con el único espectáculo digno de los que decían haber ido a la guerra con fines tan elevados: con la hermosa lección humana que hubiera sido el levantar al vencido del polvo de la derrota, no para subirle a un cadalso y escupirle al rostro, sino para decirle: hermano, mi castigo ahora que he triunfado es el de obligarte a aceptar mi perdón, invitándote a inaugurar un nuevo orden y a trabajar juntos para reparar los daños causados y devolverle a la humanidad la paz, la luz y el bienestar perdidos.
     Pero ¿no es verdad que parece cosa de pesadilla que haya todavía en almas como la de Lugones tal sedimento bárbaro del ancestral apego a la violencia cuajado en la odiosa máxima de "ojo por ojo, diente por diente"? ¿Y no es este mismo Lugones el que en párrafo anterior nos habló de que había que inaugurar una nueva civilización sobre la tierra, "fundándola --para emplear sus propias palabras-- "en los derechos del hombre, quien así, por ser hombre, resulta nuestro conciudadano," afirmando también que ya "empezamos a reconstruir el mundo fraternal"? ¿Cómo caben en la misma pluma y en la misma cabeza criterios tan reñidos como el de estas frases y el que inspira su furor contra los socialistas y no socialistas que para honra del género humano se han levantado a pedir que se rectifique a los vencedores de otras épocas mediante la sustitución de la violencia destructora por la clemencia creadora y reparadora?

Colectivismo y monarquismo     

     Pero donde llegamos al colmo es cuando dice aquello de que:

     "el socialismo congenia más con la monarquía que con la democracia, al ser ambos formas del colectivismo despótico. La dictadura proletaria es la sustitución de la dictadura nobilaria bajo una misma tiranía permanente: ideal de esclavos, que, como es natural,debía nacer en una autocracia militarista. Pues el socialismo, no hay que olvidarlo, es un invento alemán."

     Quiere decir que, en opinión del señor Lugones, socialismo y monarquía son la misma cosa, porque ambas son "formas del colectivismo despótico." ¡Qué atrocidad! Colectivismo la monarquía... ¿De dónde saca estas cosas tan chuscas el señor Lugones? Si la monarquía, que en su esencia es la voluntad de uno --del rey-- imperando sobre la de todos, le parece colectivista, ¿qué forma de gobierno le parecerá bastante unipersonal para no merecerle el despectivo nombre de colectivismo? Si los alemanes eran malos, porque sufrían la férula de un solo hombre --el Káiser-- y ahora, porque han reemplazado la férula del Káiser por la férula del pueblo, bajo el régimen nuevo (tímidamente socialista), siguen siendo malos, y aun peores, en concepto de Lugones, ¿qué forma de gobierno podrían adoptar que fuera del gusto de éste?
     ¡Qué terrible ensaladilla la que forma nuestro insigne esteta argentino barajando sin ton ni son los conceptos más contradictorios! Por un lado nos habla mal del colectivismo socialista, y por otro lado nos habla peor del monarquismo que es su antítesis. Por un lado nos dice que "el hombre sólo por ser hombre es conciudadano de todos los demás hombres" y por otro lado llama traidores a los socialistas, precisamente porque, en obediencia a esas mismas ideas, tratan de echar abajo los muros y los trapos de colores que separan a un pueblo de otro. Por un lado nos dice que empezamos a reconstruir "un mundo fraternal," y por otro colma de denuestos a los mismos socialistas (palo si bogas y palo si no bogas), precisamente porque éstos han abogado porque no se trate a los enemigos de ayer y vencidos de hoy, no como a enemigos vencidos, sino como a hermanos, único modo de acabar con los procedimientos de violencia del mundo viejo que nos llevó a la guerra y echar las bases del "mundo fraternal" que dice querer el señor Lugones. ¿En qué quedamos, amigo Lugones? ¿Quiere usted que haya hermanos? Pues trate a las gentes con bondad, no sólo al amigo sino al enemigo. ¿No se siente usted capaz de procedimientos de bondad? Pues no hable de fraternidades, porque al abogar por las dos cosas al mismo tiempo --en una mano el nudoso garrote del gorila y en la otra el ramito de oliva-- es, por lo menos, dar lugar a que se diga de usted que habla por hablar, por oírse, como los papagayos.

Suma y sigue

     Pero... ¿creían ustedes que paraban ahí las contradicciones? Pues no, señor; no paran. Todavía quedan dos contradicciones más --si es que no se me han escapado otras, ¡son tantas!-- cuyo único comentario adecuado debería ser música, musiquita de género chico.
     Por un lado, nuestro gran Lugones condena "el aislamiento medioeval que del feudo salteador engendra a la nación bandida... etc.", y hace, o parece que hace, la apología del espíritu internacionalista y universalista, en oposición al nacionalismo y al patrioterismo, y por otro lado, ... ¡pum! Ved con lo que se nos descuelga:

     "Así hemos quedado mal ante la opinión pública de los Estados Unidos, Italia y Francia, o sea, en estos dos últimos casos, los únicos grandes países que saldrán incólumes del próximo desbarajuste europeo, al ser también los únicos entre aquellos donde nadie quiere ser otra cosa que italiano y francés."

     ¿Se enteran ustedes? Francés, o italiano, o argentino, siempre y por encima de todo, es su receta para ser grandes. ¿Cómo se compagina esta profesión de fe nacionalista, de carácter tan exclusivo y rabioso, con lo anterior? ¿No es éste el medioevalismo bárbaro que condenaba unas líneas antes? ¡Bendito sea Dios! ¡Y pensar que es un Lugones, todo un hombre-cumbre de los nuestros, quien desbarra de tan lamentable manera!

La dictadura proletaria

     Y ahora llegamos al clímax, a la más despatarrante de las contradicciones. Oid. Habla otra vez la cumbre:

     "La dictadura proletaria es la sustitución de la dictadura nobilaria bajo una misma tiranía permanente: ideal de esclavos que, como es natural, debía nacer en una autocracia militarista."

     ¡Quiérese una condenación más airada y terminante de todo sistema colectivista que esto que acabamos de transcribir? Pues bien; de la pluma mismísima que formuló ese anatema, salió esto otro que vais a oír:

     "Al propio tiempo habrá que resolver con intrepidez los grandes problemas de justicia humana, cuyo fundamento material consiste en la posesión de la tierra por el hombre: que el hombre, como "rey de la creación", no resulte, por siniestra paradoja, esclavo del hombre, sino dueño como cualquiera o como todos, y en consecuencia trabajador y usufructuario del bien común de la tierra. Países como éstos, donde hay más tierra que hombres, son los que pueden hacerlo sin violencia, realizando la perfección de la patria. Pues sólo resultará perfecta aquella patria de la cual sean efectivamente dueños todos los ciudadanos."

     Otra vez se nos abre desmesuradamente la boca en el paroxismo del asombro y nos preguntamos si este Leopoldo Lugones que nos suscribe estas atrocidades es el mismo Leopoldo Lugones de quien tantas alabanzas le oímos a la fama. ¿Será posible que este señor no advierta que eso que él dice de hacer que el hombre deje de ser "esclavo del otro hombre" para convertirse "en dueño como cualquiera y como todos, y en consecuencia trabajador y usufructuario del bien común," es precisamente lo que constituye la base del programa socialista y lo que, combatido fieramente por los imperialistas, ha implantado en Rusia el maximalismo?
     Amigo, si no habló usted por hablar, por hacer frases, como solemos hablar todavía los oradores y literatos hispano-parlantes, dígnese usted decirme cómo sería posible sin colectivismo resolver el problema fundamental de justicia humana de que usted nos habla, en el sentido de acabar con la esclavitud. Una de dos, amigo, una de dos: o está bien el hombre como está, y entonces no hay tal "problema de justicia humana" ni tal "siniestra paradoja," como dice usted, en que "el hombre, rey de la creación, resulta esclavo del hombre," o es verdad lo del problema fundamental y lo de la esclavitud del hombre rey. Si lo primero, si está bien todo tal como está, no hay más remedio que declararle a usted culpable de hablar sin pensar, por dar gusto a la lengua o a la pluma; pero si lo segundo, esto es, si hay injusticia social que reparar, si hay esclavitud económica que destruir, otra vez una de dos: o está usted contra el colectivismo en cualquiera de sus formas, o está usted con el colectivismo. Si lo segundo, si está usted con el colectivismo, toda esa pirotecnia retórica que usted se gasta contra lo que usted llama "el gobierno de las plebes enceguecidas," carece de sentido; y si lo primero, si es usted anticolectivista, ¿cómo se explica que usted quiera y no quiera al mismo tiempo, las mismas cosas? ¿No quedamos en que el hombre debe ser al mismo tiempo trabajador y usufructuario de los bienes de la tierra? Pues ¿cómo puede usted querer esto y al mismo tiempo no querer el sistema socialista o colectivista, que es el único camino que lleva a ese fin? Si quiere usted el efecto ¿cómo puede usted dejar de querer la causa? ¿Cómo puede usted aspirar a la emancipación económica del hombre de hoy, si al mismo tiempo le hace tales ascos a eso que usted llama la dictadura del proletariado? ¿Cómo? ¿Le asustan a usted los nombres, las palabras, como a un burgués cualquiera, sin pararse a considerar lo que hay detrás de las palabras? Vamos a ver; ¿qué hay detrás de esas palabras que a usted le horripilan?
     Por muchas vueltas que le demos, no hay sino una cosa sencillísima, que es raro que antes no se le hubiera ocurrido al mismo Pero Grullo. ¿Qué es, amigo mío, lo que se quiere decir en realidad cuando se dice "dictadura del trabajador"? ¿Una nueva y más espantosa forma de tiranizarnos los unos a los otros? No. Al contrario, la negación de toda posibilidad de tiranizarnos los unos a los otros. ¿Por qué? Muy sencillo, porque... ¿es o no cierto que en una sociedad bien constituida nadie debe vivir a expensas de los demás, consumiendo sin producir, a excepción de los incapacitados por la edad o invalidez corporal? ¿Es o no cierto que la única ley que debe pesar igualmente sobre todos, para que no oprima o aplaste a los unos en beneficio de los otros, como sucede hoy, debe ser la del trabajo? ¿Es o no cierto que en una sociedad bien constituida, a base de justicia, todos los no incapacitados hemos de poseer la condición de trabajadores? 
     Pues si hemos de ser trabajadores, decir dictadura de los trabajadores vale como decir dictadura de todos por todos. ¿Y qué es, a qué se reduce, en realidad, una dictadura de todos por todos? ¿Decir esto no es lo mismo que decir dictadura de nadie por nadie?
     ¿Ve usted, señor Lugones, cómo la dichosa dictadura esa sólo puede espantar realmente a los que sienten horror ante la mera posibilidad de que un día sus ilustres personas tengan que doblarle el lomo al trabajo, pasando del estado deshonroso y corruptor de parásitos al estado honroso y regenerador de productores en bien de la comunidad?
     Pero es que usted, como muchos liberales a la antigua, se ha quedado rezagado, hipnotizado aún por el aparato e infantil individualismo de Spencer y comparsa, arrinconado definitivamente desde que caímos en la cuenta de que la mejor defensa con que cuenta el sistema plutocrático de hoy, es, precisamente, el necio "laissez faire" individualista que dejó a los más a merced de los menos. El trasnochado ensueño individualista de la soberanía suprema de cada hombre estaría bien para andar a gatas por los montes, pero no para vivir en sociedad. El mundo de hoy no quiere ni naciones supremas, ni hombres supremos. Si ha de haber sociedad, ésta tiene que asegurar la producción, base indispensable de su existencia, y para asegurar la producción, tiene que establecer la contribución individual y forzosa del trabajo, y por consiguiente, deberá poseer autoridad suficiente para exigirnos a todos esa contribución. He ahí el colectivismo, en reemplazo del cual sólo tendríamos la falacia del individualismo que, tonta o hipócritamente, aspira a hacer del hombre lo que ha hecho de las naciones: entidades soberanas, sin ley ni cortapisa que las regulen y armonicen, dando lugar inevitablemente también, como hemos visto, al sistema del robo y del asesinato, y de éste al garrote y al grillete del tirano. No hay términos medios: o individualistas con todas sus consecuencias, incluso al canibalismo si es preciso, o el colectivismo con su consecuencia lógica del reconocimiento, por el individuo, de la superioridad de los fines sociales sobre los fines individuales.
     Siento terminar. Siento terminar, porque quedan en el tintero cosas muy graciosas todavía (¡es inagotable este señor Lugones!) queda, por ejemplo, aquello de que el ideal de la tierra para todos:

     "no es un ideal de comunista, sino una declaración legal formulada, hace más de dos mil años, por Tiberio Graco, caballero de Roma."

     ¿Puede haber chiste de almanaque más delicioso? ¿A quién no hace cosquillas el asegurar con tal prosopopeya que lo de la tierra para todos no es un ideal comunista, sólo porque a un señor Tiberio Graco se le ocurrió hacerlo ley hace dos mil años? ¿Y quién no se muere de risa ante el aplomo con que defiende y aplaude en el señor Tiberio lo mismo que condena y odia en los maximalistas?
     ¿Y qué decir de aquello de que la organización política y territorial de la China es, prácticamente, "un socialismo milenario"? Socialismo del imperio chino, socialismo del imperio romano, bajo Tiberio Graco: socialismos con castas privilegiadas, con nobles y plebeyos, con ricos y pobres, con señores y esclavos, con látigo, Cristo con pistolas: ¡vaya un concepto del socialismo que tiene el gran Lugones! Pero, además, ¿no habíamos quedado en que el socialismo lo habían inventado los alemanes? ¡Ay, señor Lugones, ¡qué cosas tan saladas, de música de tango o de fandango, las que se trae usted!...




VOCABULARIO




  1.Lugones= Leopoldo Lugones (1874-1938)= Poeta, ensayista, periodista y político argentino.

  2.Apabullantes= Que intimidan por su superioridad.

  3.Falaces= Se dice de los engaños o mentiras con que se intenta dañar a alguien.

  4.Endilga= Que endosa algo desagradable o impertinente.

  5.Candorosas= Con ingenuidad, falta de malicia.

  6.Parto de los montes= Cosa ridícula que sobreviene cuando se esperaba una grande o de consideración.

  7.Alumbrando= En el sentido de "dar a luz" (parir).

  8.Majaderías= Dichos necios o imprudentes.

  9.Megalómano= Que padece delirios de grandeza.

10.De marras= Que es conocida sobradamente.

11.Inveteradamente= Muy antiguo, arraigado.

12. Perentorias= Urgentes, apremiantes.

13.Aguijoneados= Incitados, estimulados para que se haga algo.

14.Hacerle ascos= Fingir desprecio hacia alguna cosa.

15.Erudito a la violeta= Persona que sólo tiene un conocimiento superficial de las artes y las ciencias.

16.Pintarrajeadas= Mucho y mal pintadas.

17.Jingoístas= Se dice de los que profesan el patrioterismo exaltado y que propugnan la agresión contra otras naciones.

18.Troglidítico= Se dice de las cosas bárbaras y crueles.

19. Ensaladilla= Conjunto de diversas cosas de poca importancia.

20.Esteta= Persona que considera el arte como un valor esencial.

21.Denuestos= Insultos graves de palabra o por escrito.

22.Paroxismo= Se usa para indicar una exaltación extrema de los afectos y pasiones.

23.Maximalismo= Se dice de la actitud de los partidarios de las soluciones extremadas en el logro de cualquier aspiración.

24.Pero Grullo= Personaje folclórico cuyas expresiones (perogrulladas) son tan evidentes o tan sabidas que resultan triviales.

25.Sistema plutocrático= Predominio de los ricos en el gobierno de un país.

26.Laissez faire= La frase es una expresión francesa que significa «dejad hacer, dejad pasar», refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos.

27.Cortapisa= Restricción, obstáculo, dificultad.

28.Prosopopeya= Con sentido de grandeza, gravedad, importancia.

29.Cristo con pistolas= Refrán que para expresar una contradicción interna se usa así: "le sienta como a un Cristo dos pistolas".

30.Saladas= Graciosas, chistosas, agudas.





domingo, 17 de marzo de 2013

LA ESTUPIDA SUPERSTICION DE LA OPERA




LA ESTUPIDA SUPERSTICION DE LA OPERA
(Artículo de 1920)




     ¡Que viene Caruso! --me han dicho por ahí hace poco, con el mismo aire de notición que si me hubieran anunciado que se caía la luna. Yo, claro está, respondí que me tenía sin cuidado que vinieran hasta dos docenas de Carusos. Pero, pensándolo bien, veo que dije mal; pues lejos de tenerme sin cuidado, la verdad es que me preocupa y me irrita de un modo atroz la aproximación a estas playas del famoso monstruo de la ópera.
     Es más; creo que si por alguna cosa corro peligro de ir a la cárcel, es por decir, o hacer, alguna barbaridad a impulsos de la cólera inmensa que me produce el triste, el abominable espectáculo, tantas veces repetido, del sinnúmero de gentes que corren, babeándose, a llenarle los insondables bolsillos al "fenómeno".
     ¿No es una atrocidad que en una época de carestía universal en que cuesta tanto trabajo, no ya el sostenerse en un plano de vida decente, o siquiera pasable, sino el mero subsistir, el arañar lo necesario para el vil comistrajo diario, le paguemos cada noche a este hombre, tan sólo por abrir la boca, tres o cuatro mil dólares? ¿En qué mundo vivimos y qué clase de animales somos que no nos damos cuenta de la infamia que cometemos cada vez que, atravesando por entre tantos desventurados niños, mujeres y ancianos que carecen de todo, vamos a vaciar nuestros bolsillos en las arcas multimillonarias de un señor ventrudo, perfectamente vulgar, que trafica en berridos? ¿Hasta cuándo, Dios mío, vamos a seguir esclavos de la odiosa y bárbara superstición de la ópera?
     Superstición he dicho, y no me arrepiento. Aparte del gran número de simplones que van a la ópera, no porque les guste, sino porque creen que deben aparentar que les gusta, y aparte también de los que concurren al espectáculo por lo que tiene de caro y de ostentoso, es lo cierto que no se concibe cómo puede haber ni siquiera un corto número de aficionados verdaderos a este arte pedestre, cuando pocas cosas quedan por el mundo con disfraz de artísticas que sean tan pesadas, tan grotescas, tan tediosas, tan insoportables y caras como la condenada ópera.
     ¡Que si no me gusta la música! Vaya que si me gusta; cuando es buena, cuando es jugosa, cuando dice algo. Y me gusta también el drama, el buen drama, el jugoso, el que dice algo. Pero ambas cosas, drama y música, nos las dan revueltas en la ópera. Y de ahí viene el que las gentes no se expliquen que uno guste de la música y del drama y no guste también de la ópera. Sin embargo, nada hay, a mi juicio, más claro y más lógico. ¿Qué es la ópera sino una mescolanza burda de un drama tonto, de un melodrama absurdo de amor o de sangre (de un necio y empalagoso amor amerengado, o de un sangriento episodio criminal de folletín), y una música hueca, efectista, chillona, amanerada y ñoña?
     Es verdad que de vez en cuando se tropieza uno aquí y allá en las óperas populares con alguno que otro trocito musical sincero e intenso, pero nadie podrá negar que esto no es la regla y que si se despoja a la ópera de lo que tiene de hojarasca, de mero lugar común musical, de recitado monótono y enfadoso, o melodía barata, artificiosa y gimoteante de organillo, nos quedamos a la luna de Valencia.
     De modo que, aun dando de barato que todas las óperas tuvieran un momento musical que valiese la pena --que no lo tienen-- ese momento está tan soterrado y escondido en un mar de bazofia, y cuesta tanto en tiempo y en dinero, que es necesario estar loco para no salir huyendo al mero anuncio de que nos van a someter al suplicio de toda una noche de ópera.
     Cuanto al tenor y a la tiple, que es lo que enloquece a las gentes, peor que peor. Un tenor, cuando es bueno --y ya se sabe que la mayoría son ahorcables y que sus estridencias lejos de agradarnos debieran espantarnos si tuviéramos nervios-- cuando es bueno, repito, no es ni más ni menos que un instrumento, algo así como un clarinete o cornetín, y es sabido que nadie se mata por escuchar un solo de ninguno de estos instrumentos. Si se los oye a los tales tenores o a las tales tiples con los aspavientos admirativos que vemos, no es ni puede ser por el mero prestigio de la voz, porque entonces un oboe o un clarinete --instrumentos de canto más puro que la garganta del mejor tenor-- provocarían los mismos aspavientos y, sin embargo, tales instrumentos por sí mismos no sacan a nadie de quicio. ¿Quién pagaría diez o doce dólares, ni siquiera cinco, por sentarse a oír tres o cuatro horas seguidas un clarinete, cornetín, oboe, o cosa por el estilo? Y sin embargo, todo el mundo se arruina por oír al gran tenor tal o cual.
     Y es que lo que se va a buscar no es la pura emoción de arte, sino el goce novelero e infantil de oír a un gran hombre que gana una barbaridad, y que la gana simplemente porque tiene una garganta anormal, como podría tener anormales los brazos o las piernas, y porque la humanidad no se ha curado aún de su afán primitivo de contemplar "fenómenos". Si el hombre tuviera ya instintos musicales refinados, iríamos al circo, no al teatro, a toparnos con el tenor, quien se nos presentaría entonces, no como el gran artista que hoy ven muchos en él, sino como a una simple curiosidad zoológica de la misma clase que la de los gigantes y enanos de la feria, la mujer gorda, el becerro de cinco patas y demás casos teratológicos.
     Y con la tiple sucede igual. ¿Qué tiple ligera puede competir, en pastosidad, color y flexibilidad de voz, con la flauta o el violín? Pero como las flautas y los violines abundan y son baratos y las tiples escasean y son caras, nadie hace caso de las flautas o violines y, en cambio, todo el mundo corre jadeante, y con las tripas --doce, catorce o más dólares-- en la mano, a babeársele de gusto a la señora tiple.
     ¡Ah, los gorgoritos! ¡Ah, la manía loca de los públicos por los dichosos gorgoritos! ¡Ah, lo caro, lo carísimo que cuesta, y lo feo, lo feísimos que son! Aspiran a remedo, a copia del gorjeo del canario y ruiseñor. Pero no logran sino una triste, infame caricatura de la voz de estos pájaros. Pero los canarios y ruiseñores abundan, y aunque sus gorgoritos "espontáneos" son a los gorgoritos "forzados" de la tiple lo que las flores de los campos son a las flores de artificio, los ruiseñores no tienen público, ni aun cantando, como cantan, de balde, en tanto que las tiples arramblan con las gentes y con el dinero de las gentes. Si éstas, si las gentes tuvieran en realidad la fina sensibilidad que fingen tener, el espectáculo ese de una señora tratando, con el tosco aparato de su garganta humana, de imitar y hasta de superar a un pájaro, a un organismo maravillosamente dispuesto para la función única de volar y de cantar, una de dos: o les indignaría como una profanación, o les parecería un alarde ridículo y digno de compasión. ¡Arte...! Si este remedo, por la tiple, del trinar del canario, es labor de arte, ¿por qué no habría de ser arte también el remedo del ladrido de un perro o del relincho de un caballo? Pero mientras estos remedos sólo inspiran risa, los remedos de la tiple entusiasman y arrebatan, cuando es lo cierto que es más grotesco y más violento y por consiguiente más risible, el esfuerzo enorme de una señora tiple (por lo general gorda) para volverse pájaro.
     Hay que convenir, pues, en que lo que atrae, lo que seduce en tiples y tenores es la curiosidad, el fenómeno acrobático, el gigante de feria, el enano, el becerro de cinco patas, la mujer gorda: todo menos la expresión pura de arte. Si así no fuera, ¿cómo se explicaría que un público como el  nuestro y como todos los de Hispano-América, que huye como alma que lleva el diablo de los conciertos, sea tan exaltadamente devoto de la ópera? Si ésta no fuera un acto social, caro y ostentoso, al extremo que no hay familia que no se sienta humillada de no ser vista en la gran solemnidad de a doce, catorce o más dólares por butaca, ¿tendría cultivadores? ¡Qué habría de tener! Sólo concurriría a ella el grupito exiguo de los verdaderos supersticiosos que aún quedan del acrobatismo laríngeo del tenor y la tiple.
     Y lo triste es que, mientras los tales tenores y tiples se pasean triunfantes de ciudad en ciudad ganando millones por abrir la boca sin haber realizado en toda su vida un solo esfuerzo verdaderamente artístico (no puede haber arte donde no hay aportación espiritual), los artistas genuinos, los que ponen sus nervios y su alma al servicio de su ardua labor, los que, pincel o pluma en mano, se afanan por afrendar a sus semejantes una revelación, un latido más del gran enigma universal y eterno, esos ni siquiera le arrancan a la multitud un aplauso ni un mendrugo, hasta que una minoría selecta, a fuerza de paciencia y de heroísmo los impone. Y aún después de impuestos, por cada vez que a ellos les entra una peseta, al tenor o a la tiple les entra un millón.
     --Pero, --se me dirá--¿y Wagner?, ¿piensa usted lo mismo de sus óperas?
     No, no pienso igual. ¡Wagner es cosa aparte! Pero su música, más que a destruir, viene a afirmar mi tesis. Porque en Wagner la voz humana no es lo principal, sino lo secundario, lo muy secundario. El tenor y la tiple cantan en sus óperas, pero como lo que son, como instrumentos, como simples componentes de la orquesta, que es el todo, porque es la que sostiene, desenvuelve y remata el poema musical, por donde siempre corre una máxima idea o intuición, y no el chorrito tenue de agua dulce de la ópera clásica que envilece y empobrece a nuestros públicos en el instante mismo en que muchos niños, ancianos y mujeres caen desfallecidos por falta de un bocado...




VOCABULARIO




  1.Caruso= Enrico Caruso (1873-1921)= Tenor italiano, el más famoso del mundo en la historia de la ópera.

  2.Comistrajo= Mezcla de poca calidad de alimentos.

  3.Bárbara= Grosera, burda, inculta.

  4.Superstición= Valoración excesiva respecto de algo.

  5.Pedestre= Vulgar, ordinario, chabacano.

  6.Jugosa= Interesante, valiosa, estimable.

  7.Mescolanza= Mezcla extraña y confusa, y algunas veces ridícula.

  8.Folletín= Novela de tono melodramático y argumento generalmente inverosímil.

  9.Efectista= Que busca ante todo causar gran impresión en el ánimo.

10.Ñoña= Sensiblera, blandengue, remilgada.

11.A la luna de Valencia= Se aplica a quienes, por estar despistados, no se enteran de lo que ocurre a su alrededor.

12.Dando de barato= Se usa para indicar que se concede algo  para no entorpecer el fin principal que se pretende.

13.Soterrado= Escondido de tal modo que no parezca.

14.Bazofia= Cosas de mala calidad, despreciables.

15.Tiple= Persona que tiene la más aguda de las voces humanas.

16.Aspavientos= Demostraciones exageradas de sentimientos.

17. Goce novelero= Deleite que produce el curiosear entre las cosas que acaban de aparecer.

18.Curiosidad zoológica= Animal que llama la atención por exhibir alguna característica anómala.

19.Teratológicos= Perteneciente o relativo a las anomalías de los animales o vegetales.

20.Pastosidad= Calidad de la voz sin resonancias metálicas y agradable al oído.

21.Gorgoritos= Quiebros que se hacen con la voz, especialmente al cantar.

22.Remedo= Imitación o copia de una cosa.

23.De balde= Gratis.

24.Arramblan= Que lo arrastran todo. Que desvalijan.

25.Exiguo= Mínimo, insignificante, escaso.

26.Wagner= Wilhelm Richard Wagner (1813-1883)= Compositor y director de orquesta alemán.